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Pitos y Flautas 26 junio: Concierto-espicha!

Es necesario llevar en sí mismo un caos, para poner en el mundo una estrella danzante. El caos creativo en «Así habló Zaratustra», Nietzsche.

La idea era hacer algo festivo e informal donde juntarnos bajo la panera, a modo de filandón sonoro, y poner en práctica, ensayar, tantear lo que habíamos ido haciendo a lo largo de los encuentros anteriores de Pitos y Flautas; podía ser un caos, pero ya se sabe que del caos surgen las estrellas danzantes. Con Daniel y Fernando engalanamos la panera de PACA con objetos cotidianos, tradicionales herramientas y aperos que fueron utilizados como instrumentos sonoros, junto a otros más clásicos instrumentos musicales, como son las pandereteas y castañuelas. No os podéis imaginar la belleza de la lechera, una verdadera campana, profunda y prolongada, o el simple gesto de tomar agua del caldero esmaltado con la garfiella y el canxilón, un sonido que necesitaba su tiempo para que se dilatase y nos perdiéramos en él, mientras la chapa metálica, el cencerro, la pandereta se agitaban frenéticas, otro grupo estaba con las chillas construidas (chilla-espicha, porque después hubo comida) y aplicando la partitura de prefonema, palabra, relato, chilla. La dirección de orquesta fue rotando, Lucía, Martín, Natalia, Rosi…cada uno se fue acercando al objeto-sonido que más le interesaba, cada uno intentando modular, escuchar y sacar estrellas danzantes.

Concierto (fragmento) . Grabación y edición: Fernando Oyágüez

Daniel Franco: Pautas para el concierto. (grabación Fernando Oyágüez)

TUTTI PITOS! (edición y grabación: Fernando Oyágüez)

Concierto para panera silenciosa

La idea inicial era hacerla en casa Fombona, pero no pudo ser. Queda solo el aquí el registro de intenciones, que implicaba una suerte de andecha para limpiar la antojana de la casa donde se encuentra el hórreo y la panera de la casa. En cierta forma era este un concierto para hórreo y panera, para unas caserías que poco a poco se van quedando silenciosas, porque los modos de vida que les dieron forma han cambiado, y en este momento de transición en el que vivimos, parece que aún no ha llegado el tiempo del relevo para muchas de ellas. Caserías que se cierran, hórreos que se van cayendo, campos que llenan de matorral y biodiversidad que se pierde. Silencio en sus muros, ventanas y corralas, en los caminos, porque también las formas de socialización han cambiado y no hay muchas ocasiones para la reunión vecinal…y menos para las andechas y sestaferias, práctica de ayuda vecinal, reciprocidad y compromiso, cuando uno era y formaba parte de eso ahora tan nombrado: una comunidad.

foto de José Vélez, Sestaferia de mujeres. Muséu del Pueblu d’Asturies

Sea esta una acción sonora simbólica y reparadora, de cariño y atención por un patrimonio que es nuestro, por un paisaje y una forma de habitar que se está perdiendo y ahora, es tiempo de actuar, cuidar y reivindicar. Al final se hizo en la panera de PACA, en Casa Antonino, otra casería que cuando llegamos, ya estaba silenciosa y sola, espero que muchas otras puedan tener la suerte de casa Antonino, porque las casas de nuestras aldeas, construidas un tiempo piedra a piedra por sus moradores, además de hermosas, son historias de vida y llevan en sí implícitas una forma de habitar y relacionarnos con el territorio del que creo debemos aprender: volviendo a ellas. Si no, como decía Marc Augé, ni siquiera tendremos ruinas, porque no les damos ni tiempo, sino escombros y amnesia.

(…) Cada lugar tiene características propias y también participa de procesos comunes. La parroquia de Cenero, como área rural en estrecho contacto con la ciudad (Gijón) por su caracter periurbano, tiene muchas dinámicas propias de cualquier barrio urbano, no influye sólo la distribución geográfica o los usos económicos
del suelo sino también la estratificación social y cultural de la población.
En esta zona occidental de Gijón (a 10 Km del centro urbano) es donde se han ido asentando ya desde finales del s. XIX las principales infraestructuras e industrias de la ciudad (primero el tren asociado a la industria del carbón en las Cuencas Mineras, ya en s. XX autopistas, embalses hidroeléctricos, áreas logísticas, polígonos industriales y enlaces con el puerto marítimo, industria del acero, etc.) dando como resultado un paisaje frágil, caótico y residual, en el que mal a penas sobreviven pequeñas explotaciones agrícolas y ganaderas de gestión familiar (muchas de ellas cerrarán en el próximo decenio). Los hijos se han ido a la ciudad y no quieren volver. Tampoco parece que la administración haya sabido incentivar nuevas formas de diversificación de la economía local y en esto España-en general- creo que es bastante miope. Como afirma Adolfo García Martínez (profesor de antropología
cultural en la Uned, a quien hemos invitado en varias ocasiones) en una entrevista realizada durante Habitantes Paisajistas Agua en el 2016, el problema no es tanto económico, como cultural. El campo y lo rural se ha denostado y vaciado, asociando lo urbano con el progreso
económico, social y cultural, exacerbando polaridades y contrastes (cuando uno y otro forman parte de un mismo tejido, que recosido sería la base para una habitabilidad sostenible desde el punto de vista ecológico -en el sentido de las tres ecologías de F. Guattari: ambiental, social y mental-).
El drama es que este imaginario pervive aún hoy de forma generalizada tanto en los urbanitas, como en gran parte de la población que continua viviendo en pueblos y aldeas. La ciudad triunfa, los campos se abandonan. Las distancias (percibidas) se mantienen. Lo rural y
la cultura campesina se deposita en museos etnográficos, “convertido en un objeto de interés porque su peligro ha sido eliminado» (De Certeau, 1999:47). Lo que De Certeau llama “la belleza de lo muerto”, una muerte constante y silenciosa que se manifiesta en cada esquina: en los pastos que antes eran huertas y frutales, en los castaños cubiertos de hiedra, en los caminos que se cierran y olvidan, en el uso de herbicidas y pesticidas, en la proliferación de chatarras y derrumbes, en la mirada resignada, en la inercia. Los modos de vida urbanos que se han extendido por esta zona un tiempo netamente rural, han importado
también aislamiento y soledad. Cada vez se ven menos vecinos por los caminos. Casi todos usamos coche, la casa se cierra. Los más ancianos recuerdan con nostalgia los tiempos en que todos se ayudaban, los momentos de encuentro con ocasión de las tareas agrícolas. El tiempo de ocio se ha comercializado y desplazado a la ciudad, faltan lugares comunes en los que estrechar lazos de vecindario y amistad. Cenero mantiene la tendencia del medio rural asturiano: se caracteriza por un alto grado de masculinización, envejecimiento de la población e insuficiencia de algunos servicios básicos como el acceso a las nuevas tecnologías, transporte público, actividades culturales, ocio infantil… Las nuevas generaciones hemos tenido acceso a la universidad, viajado, ampliado nuestro patrimonio cultural personal, hemos tenido esa posibilidad, pero cuando despertamos, el pasado ya no estaba.
(…)

extracto de:

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